Frente a la puerta de nuestra escuela, sentada en el escalòn de un zaguàn, con un gran paño blanco sobre la cabeza y el hombro y sus rodillas un amplio azafate poblado de polvorosas, suspiros, yemas, melcochas y coquitos que brillaban al sol como piedras preciosas, se instalaba todas las tardes una vendedora de dulces.
Una tarde, pues, antes de ir a la escuela me acerquè a mamà y llena de habilidad de dije con atrevimiento y dulzura:
---Mamaìta, ragàlame un centavo. No sè si por distracciòn o por generosidad, mamà no sòlo me regalò un centavo, sino que me regalò una moneda de cinco centavoss en plata ---un mediecito--, la cual, dado su pequeño tamaño, despertò en mi alma la zozobra de la desconfianza.
Pero la tomè y resolvì guardarla con cuidado y paciencia, apuñada en mi mano, todo el tiempo que hiciese falta.
Con mis cinco centavos, acalorados y sudorosos, lleguè a la escuela, di mi lecciòn, en la cual, despuès de confundir varias veces la PE con Be distinguì con inteligencia la V de la W.
Con la satisfacciòn que da el deber cumplido y con mis cinco centavos siempre apuñados, aprovechando una ocasiòn, salì a escondidas de la sala, atravesè en carrera el zaguàn, acera y calle hasta llegar adonde estaba la vendedora de dulces.
Allì, sin cruzar las manos en la espalda como otras veces, me puse a contemplar el azafate, atormentada por la indecisiòn y por la desconfianza que me daba mi chica moneda.
Unos momentos despuès regresè y acercàndome a un grupo de niñitas les dije:
---Me fuì, me fuì enfrente, donde està la dulcera, tomè una polvosora, le dì un centavo chiquito y ella me regalò cuatro centavos grandes, ademàs de la polvorosa.
¡Ya me la comì!
Las burlas, risas y guachafitas con que todas recibieron mis palabras fueron tantas, que mi hermana Violeta, por espìritu de familia, comenzò a repartir bofetadas y pellizcos......
Teresa de la Parra
Memorias de Mamà Blanca
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