Frente a la puerta de nuestra escuela, sentada en el escalòn de un zaguàn, con un gran paño blanco sobre la cabeza y el hombro y sus rodillas un amplio azafate poblado de polvorosas, suspiros, yemas, melcochas y coquitos que brillaban al sol como piedras preciosas, se instalaba todas las tardes una vendedora de dulces. Una tarde, pues, antes de ir a la escuela me acerquè a mamà y llena de habilidad de dije con atrevimiento y dulzura: ---Mamaìta, ragàlame un centavo. No sè si por distracciòn o por generosidad, mamà no sòlo me regalò un centavo, sino que me regalò una moneda de cinco centavoss en plata ---un mediecito--, la cual, dado su pequeño tamaño, despertò en mi alma la zozobra de la desconfianza. Pero la tomè y resolvì guardarla con cuidado y paciencia, apuñada en mi mano, todo el tiempo que hiciese falta. Con mis cinco centavos, acalorados y sudorosos, lleguè a la escuela, di mi lecciòn, en la cual, despuès de confundir varias veces la PE con Be distinguì con inteligen